sábado, 6 de septiembre de 2008

tokyo, 1954, godzilla, el color que se le queda al cielo cuando ha caído una bomba atómica

Nada me gusta más que hacerla gemir. A ella le gusta ir despacio y a mí ir deprisa, no puedo evitar el querer arrancarle la ropa con los dientes, querer arrancarle la piel con los dientes, querer removerle los dientes en la boca, quiero deshacerla y dibujarla entera otra vez. Adoro el olor que desprende cuando la toco, y es una tortura adaptarme a su ritmo, que contenga mis manos, que cierre las piernas mientras me besa despacio, en ese instante me vuelve loca y la odio con todas mis fuerzas. Cuando nos revolcamos se le encrespa el pelo y parece un halo en el que se le difumina la cara. Tiene la piel de nieve y sabe igual de fría, quiero calentarla, desnudarla, quisiera tentáculos para poder abarcar más piel suya, para entrarle dentro y revolverle las entrañas, quiero que al lamer sus pechos sus pulmones se estremezcan, quiero hacer castillos de arena con sus costillas, quiero que sus vértebras se arrollen en mi cintura, quiero sentirla arquearse, gritar, ¡convulsionar! de todo lo que siente cuando toco donde anhela.
Consigo empezar a desvestirla, me exaspera que su ropa se arrolle y enganche, ella se ríe al verme desesperar. Siempre viste con cintas que tengo que desatar, lazadas que tengo que deshacer, con broches que tengo que abrir, me tortura y siempre me siento mal si comienzo a desvestirme yo antes que ella. Además me gusta sentarla desnuda en mi regazo, al borde de la cama, izarla, dejar que su peso bascule sobre mí, tendernos en la cama y ahí sí, es el único momento en que quiero ir despacio, al recorrerla con los dedos hasta que escalofría; siempre guarda silencio y cierra los ojos con fuerza, cuando la vuelco sobre el colchón abre los ojos y sus ojos tienen el color del cielo cuando ha caído una bomba atómica. Me desvisto en dos zarpazos, y me tiendo sobre ella. Bajo mi cuerpo se da la vuelta y mi boca recorre su espalda, es tan de cristal que le echo vaho, no me atrevo a tocarla con la lengua, quisiera ser sólo aire húmedo que la levantara, quisiera que estuviéramos bajo el agua y toda yo fuera burbujas que estallan al contacto con su piel mientras ella flota y su cuerpo entero se concentra entre sus piernas. Me arrodillo al pie de la cama, sus piernas estiradas apenas sobresalen, tiro de ellas, acercándola a mí.
Es silenciosa, agónicamente silenciosa, y a mí nada me gusta más que hacerla sollozar complacida, y rabiosa porque no la dejo estremecerse en silencio. Sujeto sus rodillas en el aire y las separo, respira fuerte, sabe lo que voy a hacer. Se pega tanto al colchón que apenas veo su espalda, su cabeza está oculta bajo el pelo, lucha en contra de sí misma para no hacerse sentir. De rodillas en el suelo inclino la cabeza hasta alcanzar una de sus corvas, de nuevo la caliento sin querer que mi lengua la moje y rompa la tensión de su piel empañada, siento mis labios insultantemente secos, los muerdo y sin dejar de exhalar mi aliento asciendo por su muslo mientras consuelo al otro hundiendo el dedo entre los músculos que tiemblan, se tensan; sabe lo que se acerca, y sabe que va a gritar. Estira las piernas y las apoya en el suelo mientras sujeto sus caderas, me suelto el pelo y lo hago caer sobre su espalda, resbala hacia los lados, oculta mi cabeza sobre sus nalgas. La siento arquearse, sé que mira hacia mí y no puede verme. Exhalo aire caliente una vez más y sus tensos músculos se rinden, su piel resbaladiza no opone resistencia, separo su carne fresca y hundo la lengua que me abrasa mientras ella sofoca un chillido que le brota desde abajo, muy abajo.

- Enciéndemelo, se ha apagado.
- Tienes tú las cerillas.
- ¿vamos a ir al cine, entonces?
- No sé, ¿tienes ganas?
- Sí, ponen esa peli del monstruo de la que habla todo el mundo.
- Ya, sí, pero la estrenan hoy, estará lleno.
- No, no, la estrenaron ayer, creo que tendremos sitio.
- No sé, como quieras.
- ¿no te apetece?
- Sí, sí, cuando te acabes el cigarrillo nos vestimos.




para malcom

No hay comentarios: