domingo, 28 de diciembre de 2008

Finlandia, S.XII, plateado, barco

Un drakkar fue lo primero que aprendió a dibujar en la ceniza que salía de la lumbre, aunque nunca habia visto uno, ni lo vería. Su bisabuela Ola, que ya apenas sacaba las manos de entre las mantas de su rincón le había hablado de ellos en su oscura y resquebrajada lengua, tan temblorosa que la propia Sif dudaba de si sería capaz de reconocerla en una voz que no fuera de animal moribundo.
Y un drakkar es lo que veía en el horizonte sobre la nieve si guiñaba los ojos, el drakkar que ella se imaginaba cada día, donde viniera el mismo Odín a salvarlas, a Ola apergaminada entre sus mantas y a ella con sus horquillas convertidas en arcos y flechas en miniatura, en los que sólo cabían sus dedos.

La bisabuela Ola había dejado de salir de casa cuando los soldados entraron calmadamente a saquear granjas y altares, robándoles los dioses y los recuerdos. La bisabuela Ola vino huida de una guerra que asoló su tierra y desmembró a sus gentes, y la simple imagen de soldados avanzando a zancadas entre los cerdos bastó para encerrarla para siempre en su rincón, renegando de esta tierra de donde venían sus dos maridos muertos en sendos inviernos, y del marido de su hija, que murió ahogado en su propio vómito, y del marido de su nieta, convenientemente emborrachado cada noche hasta seguir el camino de su suegro.

Sif sólo acepta hablar en la lengua de la bisabuela Ola, y con algo de esfuerzo ha logrado dejar de comprender los gritos de todos los que no sean ella, a fuerza de desaprender lo que aprendió sin darse cuenta. En esa lengua las dos invocan cada noche al viejo Odín, que las rescate del tiempo que todo destroza, que ha traído a los cristianos a las tierras del norte, que ha traído inviernos cada vez menos fríos, guerreros cada vez menos fieros, le rezan para que el tiempo dé la vuelta y Ola pueda volver a su pueblo natal a luchar con aceite hirviendo y flechas de fuego.

Sólo Sif sabe que la bisabuela Ola esconde desde hace años bajo su falda una punta de flecha de plata que su madre le hizo guardar antes del saqueo que la hizo huir. Fúndela cuando sea preciso y al caer en gotas formará las runas que te dirán qué has de hacer para convertirte en la valkiria que has de ser, pequeña Ola, y huye hacia el este, siempre hacia el este. Y recuerda allá donde vayas que no somos hijas de la sucia y sumisa Frigg. Pero nunca se atrevió a fundirla porque las huellas hacia el este de sus antepasados ya habían sido borradas por nieve y hierba del sur, y nunca conoció guerrero alguno que mereciera el valhalla. Guardó esperanzas mientras su piel se arrugaba y ajaba, pero supo que había perdido la guerra por desgaste y sin batallas del olvido y el tiempo, cuando los cristianos llenaron su tierra de adopción de la mediocridad que siempre merecieron sus nativos.

Pronto el invierno se la llevaría aunque nadie regara su pelo con agua mientras dormía para que el frío le royera los huesos como hizo ella con sus maridos, y ese día la pequeña Sif se quedaría la punta de flecha de plata, para fundirla y leer sobre la tierra el que debió ser su camino.

Sólo el mismo Odín, si sigue ahí, sabrá guiarla a un tiempo de guerras salvajes donde la valkiria que ambas escondieron pueda surgir de entre sus cenizas.



Para NEME

lunes, 10 de noviembre de 2008

Inciso terapéutico

Por todas aquellas veces que él había olido a bacalao, el niño sinnombre esta vez podría salir recubierto de escamas. Y cuando la tía Araceli desparramara en la cocina sus enseres y le sacara al crío de las entrañas podrían dejarlo colgando del techo, como una bola de discoteca, balanceándose con la corriente de la tarde.
A las malas se le escaparía a la tía Araceli como se le escapó el niño Juan, y mírale ahora, con su gorra de la selección, saltando entre las piedras de la orilla, pena que en los embalses nunca se ahogue nadie, ni se pueda uno morir a los nueve años de estar gordo por sólo comer mortadela.
Pena que el padre no se muera de pena de tener un hijo hecho de chopped con gorra de la selección y otro en camino, pasto de la tía Araceli para que encima no venga con escamas; pena que este embalse no sea otro sitio, pena que no sea el mar negro y ella no sea la técnico de limpieza de espada de un húsar. Está claro que si a cualquier húsar le pasa una un tarro de miel, éste le retorcerá la cabeza hasta abrirle la garganta al cielo y se lo volcará para que piense que se ahoga, se ahoga sin remedio, y que sienta al resbalar lenta la miel que cuando se desplome en el suelo le entrará una marabunta de hormigas en los pulmones, mientras el húsar se va paseando, pensando en cómo abrillantarse las botas.
Mira al marido roncando el calor de la tarde en el embalse infecto, sólo se despertará si ella intenta acerarse a apurar el último trago de cerveza que ha dejado, ella en cambio puede comerse la miel, de lo más adecuada en las primeras semanas, y si no mira lo buen mozo que ha salido el niño Juan; y si fuera yo un húsar, piensa, y si le atascara yo a él los pulmones, y si tiñera yo el embalse de negro, llenándolo de sus tripas y de todo lo que sobra de las mías.

viernes, 31 de octubre de 2008

Madrid, hoy, rojo, una enorme y moderna mesa de operaciones en un quirófano perfectamente equipado

Nunca se acuerda de que María está preciosa con el gorro y la mascarilla, siempre que pasan por el antequirófano lo piensa y sabe que lo piensa siempre pero no vuelve a ocurrírsele hasta la siguiente vez. Se ha atado mal la suya, piensa en tirarla y coger otra, pero aunque sea de papel le irrita el gasto estúpido, se la ajusta, suplica a las luces cegadoras que no la dejen lavarse justo hoy, que se le cuela la respiración bajo la barbilla. Se huele el aliento y sofoca la ráfaga de vergüenza que le cruza tras la frente. De celadora está la obesa mórbida, que además de oler mal no sabe colocar las piezas de la mesa para subir las piernas de la paciente. La paciente es extranjera, tan arrugada que parece una pasa, un enanito desnudo y raquítico, cubierto por la manta hinchable. Recapitulando, la anestesista gilipollas, el cirujano que se quiere follar a María, por lo que probablemente se lavará ella, la residente sin sangre pero simpática, la enfermera que antes era hija de puta y ahora las llama por su nombre aunque nadie se lo crea. Están durmiendo a la enanita arrugada, la zorra de la anestesista no es capaz de ser amable ni aquí, María se le acerca al oído, si nos echa otra vez hoy pagas tú el café; Marta resopla una risa sardónica bajo la mascarilla suelta y van viendo como colocan el campo sobre la paciente. La enfermera que antes era hija de puta y ahora las llama por su nombre aunque nadie se lo crea va a estar de circulante, del antequirófano sale con las manos empapadas y en altola estudiante de enfermería, despliega la gasa esteril y empieza a secarse mientras el cirujano y la residente hablan de quién se lió con quién en el congreso de Washington. María habla con la residente sosa, Marta traga saliva y observa embelesada, como si no lo hubiera visto un millar de veces, a la estudiante desplegar la bata estéril sin contaminarla, ponérsela, enfundarse ella sola los guantes, atarse la bata, pide que le ajusten la mascarilla, la enfermera que antes era hija de puta y ahora las llama por su nombre le recoloca el gorro; lo lleva desechable, no le pega, seguro que tiene alguno propio, de tela, que seguro que no es de farmacéutica. María le da un codazo a Marta que está volviendo a hablar sola y le dice que babee menos mirándola que es la típica estudiante de enfermería macarrilla, con varios piercings pero la voz de flauta como todas, que dice pis en vez de orina, y lleva un paquetito de galletas en el bolsillo del pijama. Se acercan al campo pero el cirujano las recoloca rápido en segunda línea, ya han aparecido él y la residente, les ponen las batas, les ponen los guantes, hacen muecas para recolocarse las mascarillas. La operación comienza y Marta espabila con el codo de María de nuevo, con los pitidos y la campana del monitor ha cerrado los ojos y se ha adormecido. Se concentra en la estudiante de enfermería otra vez, la enfermera que antes era hija de puta y ahora las llama por su nombre pasea por detrás y apenas la corrige, debió ser muy hija de puta con ella al principio. La estudiante de enfermería no las ha mirado en todo el tiempo que llevan allí, es como si fueran transparentes, como para la zorra de la anestesista, pero Marta observa muy fijo a la estudiante, por qué si es estudiante ni siquiera las ha visto a ellas, también estudiantes y ahí apartadas, sin siquiera lavarse, haciendo equilibrios sobre las puntas de los zuecos para ver el fondo del campo. El cirujano que se quiere follar a María despotrica con la nueva genialidad del gerente-decidido-a-acabar-con-el-hospital, cambiar los pijamas y los campos y ponerlos de color carne, que es más moderno y da mejor imagen. La residente sonríe bobalicona sin saber de qué habla y el cirujano tiene un, probablemente irrepetible, arrebato docente, se vuelve hacia María y le pregunta sabéis por qué la ropa de quirófano tiene que ser verde o azul, ¿no? María lo ha oído mil veces pero nunca se acuerda, porque María no se acuerda de ninguna de las chorradas que le cuenta Marta, y Marta piensa si tragar la saliva encallada en la garganta que le ha dejado la estudiante de enfermería metida a instrumentista, piensa en si dejar de mirar lo blanco que es su cuello y como los pómulos le asoman sobre la mascarilla, está a punto de tragar y contar otra vez que los conos de la retina se saturan y dejan de ver el rojo salvo que descansen en azul o verde, y que en una cirugía es importante poder ver siempre el más mínimo rastro de sangre, y que con pijamas, batas y campos de otros colores el ojo se cansa y deja de verlo; pero sabe que si lo dice le temblará la voz, o lo dirá muy bajo, y entonces la estudiante de enfermería metida a instrumentista le echará un vistazo y la lanzará al olvido antes de salir del quirófano. No traga saliva, la luz hiriente sigue sujetándole la frente y el cirujano idiota le cuenta a María la milonga mientras esta se hace de nuevas.
No dan las diez aún, y la están matando los riñones. Suplica a las luces cegadoras que la escoliosis de María la haga estar de acuerdo con inventarse una clase a las doce y bajar a la cafetería...



para magüu

viernes, 3 de octubre de 2008

Inciso (con(t·f)usa).

De mis dos hijas la mediana se llama Disentería, es por eso que en los pueblos la miran con terror. Su madre se llamaba Hernia, murió hacia los 9 años, aquejada de espondilitis viridificante, a puntito de hacer clack como un cristal, porque se le estaban convirtiendo las vértebras en esmeraldas. Lo cierto es que fue complejo evitar el saqueo de la tumba, de modo que acabamos trasladándola a la sala de estar, la leñera era un constante ir y venir de desenterradores aficionados.
La cuestión es que Disentería debió ser concebida por algún necrófilo que le cogió gusto a los ojos de Hernia, y es que ni en los libros más antiguos se entiende qué le hacen los jugos de embalsamar a las células, así que algo agarró ahí, donde su ojo, y empezó a crecer; los gatos no dejaban de chillar mientras se le iba resquebrajando el cráneo para dejar sitio, que yo no entiendo por qué sonó tanto tiempo, que tampoco hay tanto caráneo para hacer añicos, digo yo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Playa de Binigaus, septiembre de 2020, verde, guitarra

Caléndula y Sálica juegan en la arena y cloquean cada vez que encuentran un bicho escurriéndoseles entre los dedos. Caléndula se yergue todo lo que puede y apoyada sólo en las rodillas se enfrenta al viento como un mascarón de proa, de espaldas al mar. Los ojos se le extravían por las matas y entre las ráfagas asoma esa expresión desquiciada que hiela a todos los que las miran. Sálica ha dejado de revolver la arena y tira de la mano de Caléndula hasta llegar a los pies de Isabel, que agarra un poco más fuerte la guitarra, y se vuelve a sentir algo de sobra, con su ropa de colores dulces, sus bocadillos en papel albal, su colorete, sus mechas; todo tan descombinado con las dos criaturas atemporales que la miran fijo.

- ¿y por qué el verde es bonito en los ojos y no en los dientes?
- ¿y por qué tú quieres verde en los ojos pero no en los dientes?

Héctor hace como que duerme, como siempre que Isabel se siente de sobra en una escena de la que no tiene el guión; hace tiempo que se le casca la sonrisa cuando trata de recibir con entusiasmo los fogonazos del bestiario imaginario de las niñas.
- Nosotras de mayores vamos a tener los dientes verdes, y la piel llena de polvo.
- Y nosotras de mayores vamos a tener el pelo enredado y con bichos y va a ser como esta playa
- Pero no va a entrar nadie en nuestro pelo que no tenga los dientes verdes y con gusanos.

Hace tiempo ya que no tiene sentido enseñarles canciones, ni recordar juegos de antes, y que es mejor no acordarse de que no era eso lo que imaginaba que sería tener a sus dos niñas. Le sostienen la mirada con ese aire desquiciado, e Isabel recorre el verde de las matas con sus ojos, en busca de un mísero rastro de entrada a ese reino que no es de este mundo.

Caléndula y Sálica vuelven a la orilla y miran en silencio al horizonte, señalando una dirección en la que Isabel no alcanza a ver nada. Héctor sin abrir los ojos masculla la letanía de siempre,
- si se hubieran llamado Gloria y Pilar, jugarían con muñecas.



para Aglae

domingo, 7 de septiembre de 2008

castilla, 1932, blanco, un saco

El viento ulula fuera, como siempre y no sabe tan arrullador como otras veces. Sabe que si se levanta del camastro y mira entre las rendijas verá la calle a oscuras; empiezan a cantar los gallos. Se queda tumbado sin moverse, con los ojos abiertos para no dormirse. La imagen del sueño le escalofría. Ha visto un hombre que es él, renqueando con un saco al hombro. El saco está lleno, y de uno de los bordes mal cerrados cae polvo blanco. Polvo de muertos.


Damián se gira buscando a su mujer, que duerme casi tiritando bajo la manta. Enero ha venido frío, tan frío como se recuerdan pocos. La casa entera cruje pero esta noche eso no adormece a Damián. Los gallos cantan, la oscuridad de la calle se va destiñendo. Pero aún hay tiempo para dormirse una vez más y que la imagen vuelva. Un hombre que es él, avanzando por un camino solitario y frío. Y un saco al hombro, de cuyo borde mal cerrado cae polvo blanco. Polvo de muertos.


El patrón lo dijo ayer, les enseñó el periódico. Ahí pone que vamos a empezar a quemar a nuestros muertos, lo han dicho el señor presidente y los jueces en una señora ley, decía.
Hace frío y Sagrario está dormida, tan dormida que parece muerta. Damián se agarrota entre un sueño aterrador y una vigilia de imágenes tenebrosas. Su pensamiento se empapa de sueño otra vez, y vuelve a verse en ese desierto camino, a las afueras de cualquier lugar. Es él quien camina algo más adelante, cargando un saco lleno de polvo blanco, que se cae por el borde mal cerrado. Polvo de muertos.


Los muertos se vuelven polvo en sus tumbas, decía el Gerardo ayer. Es sólo hacerlo más rápido. En la duermevela Damián se estremece acogotado. Pudo cargar el ataúd de su padre muerto sin temblarle el pulso. Pero no consigue pensar sin congelarse en cargar y derramar su polvo. Polvo de muerto.



para the white trash caravan

sábado, 6 de septiembre de 2008

tokyo, 1954, godzilla, el color que se le queda al cielo cuando ha caído una bomba atómica

Nada me gusta más que hacerla gemir. A ella le gusta ir despacio y a mí ir deprisa, no puedo evitar el querer arrancarle la ropa con los dientes, querer arrancarle la piel con los dientes, querer removerle los dientes en la boca, quiero deshacerla y dibujarla entera otra vez. Adoro el olor que desprende cuando la toco, y es una tortura adaptarme a su ritmo, que contenga mis manos, que cierre las piernas mientras me besa despacio, en ese instante me vuelve loca y la odio con todas mis fuerzas. Cuando nos revolcamos se le encrespa el pelo y parece un halo en el que se le difumina la cara. Tiene la piel de nieve y sabe igual de fría, quiero calentarla, desnudarla, quisiera tentáculos para poder abarcar más piel suya, para entrarle dentro y revolverle las entrañas, quiero que al lamer sus pechos sus pulmones se estremezcan, quiero hacer castillos de arena con sus costillas, quiero que sus vértebras se arrollen en mi cintura, quiero sentirla arquearse, gritar, ¡convulsionar! de todo lo que siente cuando toco donde anhela.
Consigo empezar a desvestirla, me exaspera que su ropa se arrolle y enganche, ella se ríe al verme desesperar. Siempre viste con cintas que tengo que desatar, lazadas que tengo que deshacer, con broches que tengo que abrir, me tortura y siempre me siento mal si comienzo a desvestirme yo antes que ella. Además me gusta sentarla desnuda en mi regazo, al borde de la cama, izarla, dejar que su peso bascule sobre mí, tendernos en la cama y ahí sí, es el único momento en que quiero ir despacio, al recorrerla con los dedos hasta que escalofría; siempre guarda silencio y cierra los ojos con fuerza, cuando la vuelco sobre el colchón abre los ojos y sus ojos tienen el color del cielo cuando ha caído una bomba atómica. Me desvisto en dos zarpazos, y me tiendo sobre ella. Bajo mi cuerpo se da la vuelta y mi boca recorre su espalda, es tan de cristal que le echo vaho, no me atrevo a tocarla con la lengua, quisiera ser sólo aire húmedo que la levantara, quisiera que estuviéramos bajo el agua y toda yo fuera burbujas que estallan al contacto con su piel mientras ella flota y su cuerpo entero se concentra entre sus piernas. Me arrodillo al pie de la cama, sus piernas estiradas apenas sobresalen, tiro de ellas, acercándola a mí.
Es silenciosa, agónicamente silenciosa, y a mí nada me gusta más que hacerla sollozar complacida, y rabiosa porque no la dejo estremecerse en silencio. Sujeto sus rodillas en el aire y las separo, respira fuerte, sabe lo que voy a hacer. Se pega tanto al colchón que apenas veo su espalda, su cabeza está oculta bajo el pelo, lucha en contra de sí misma para no hacerse sentir. De rodillas en el suelo inclino la cabeza hasta alcanzar una de sus corvas, de nuevo la caliento sin querer que mi lengua la moje y rompa la tensión de su piel empañada, siento mis labios insultantemente secos, los muerdo y sin dejar de exhalar mi aliento asciendo por su muslo mientras consuelo al otro hundiendo el dedo entre los músculos que tiemblan, se tensan; sabe lo que se acerca, y sabe que va a gritar. Estira las piernas y las apoya en el suelo mientras sujeto sus caderas, me suelto el pelo y lo hago caer sobre su espalda, resbala hacia los lados, oculta mi cabeza sobre sus nalgas. La siento arquearse, sé que mira hacia mí y no puede verme. Exhalo aire caliente una vez más y sus tensos músculos se rinden, su piel resbaladiza no opone resistencia, separo su carne fresca y hundo la lengua que me abrasa mientras ella sofoca un chillido que le brota desde abajo, muy abajo.

- Enciéndemelo, se ha apagado.
- Tienes tú las cerillas.
- ¿vamos a ir al cine, entonces?
- No sé, ¿tienes ganas?
- Sí, ponen esa peli del monstruo de la que habla todo el mundo.
- Ya, sí, pero la estrenan hoy, estará lleno.
- No, no, la estrenaron ayer, creo que tendremos sitio.
- No sé, como quieras.
- ¿no te apetece?
- Sí, sí, cuando te acabes el cigarrillo nos vestimos.




para malcom

Frisco, 1995, gris, bicicletas.

Su vida entera es como de piedra. Si pasa a la historia será como un hueco hollado en un escalón, a fuerza de subir tanto por la escalera. Parece raro que un pie descalzo pueda marcar un escalón de piedra, pero lo hace, el profesor se lo enseñó en las diapositivas de Francia. Vlad es igual. Parece que no está, y nadie fuera del barrio le conoce, pero ha dejado arañazos en la realidad, arañazos que nadie ve pero están. Liz lo sabe, Vlad tiene algo mágico.

Vlad tiene por lo menos doce, o trece años, es difícil de decir. Y está hecho de piedras, que cambian. Sus piernas son un adoquinado cualquiera, duro, resquebrajado, por el que el agua hace surcos, pero no cala. Su cabeza está llena de grava, y al moverla hace un ruido que sólo entiende él: su pensamiento suena parecido al lecho de un río. Seguro que sí. Sus manos parecen las fauces de un león de piedra, de un león pequeño. Pretenden ser duras y lo son, pero no como él cree. Seguro que no.

Liz mira por la cristalera de la cocina. A través del cristal mugriento ve a Vlad dar vueltas a la manzana sobre el asfalto, con una bicicleta más grande que él, que chirría y parece a punto de desvencijarse, como todo Vlad. El cielo amenaza lluvia, y Liz sabe que Theresa no saldrá a saltar a la comba con ella si el cielo amenaza lluvia. Y si no sale, hoy tampoco saludará a Vlad. Y a este paso Vlad nunca va a contestarla.
El tazón de Liz no quiere acabarse, y se entretiene desmigajando los cereales mientras espera a que Vlad pase otra vez. Cuando cruza delante de su ventana Liz imagina que alarga la mano, mucho, volviéndose fina, muy fina, y agarra los radios de sus ruedas y los retuerce, mientras Vlad pedalea, flotando en el aire. Y no llueve, y no necesita que Theresa la acompañe con su maldita radio, y habla con Vlad y Vlad la mira fijamente, y no aparta la cara cuando le toca hablar.

Vlad tiene el pelo pajizo, y es tan delgado que sus brazos parecen varillas de hormigón haciéndose. Viste un chándal viejo, de sábado por la mañana, y su piel parece cubierta de una capa fina, muy fina, de polvo de cemento. Liz a veces siente que si se acercara a Vlad y respirara fuerte, Vlad se desharía en un polvo gris que le entraría por la nariz y le forraría la garganta, y podría llevar siempre a Vlad consigo. Le sentiría al respirar, y no tendría que contárselo a nadie. Ella sentiría la grava de sus pensamientos rodando y repicando dentro de sus costillas, sería como llevar dentro el mar. Quizá carraspearía alguna vez, cuando el pelo descolorido le taponara la boca, pero nadie se enteraría, y ella podría cerrar los ojos y taparse los oídos y sentirle rodando dentro.

Liz canturrea mientras lucha contra la inacabable leche, musita en voz baja sus pensamientos, mientras Theresa inunda la cocina, con su cuerpo enorme y su voz altísima, pero Liz sigue ensimismada. La cara de Vlad es tan rara como Vlad. Dicen Theresa y su madre que de pequeño era un niño guapísimo, con la mirada perdida, y la cara perfectamente simétrica. Liz ha mirado la suya mil veces en el espejo del cuarto, buscando si también es simétrica o no, pero no lo ve si no hace muecas, y no cree que su madre y Theresa hayan visto nunca a Vlad hacer muecas.

Nunca ha oído la voz de Vlad, aunque Theresa dice que una vez le oyó gritando y tenía una voz metálica, como hueca. Tiene voz de chimenea de piedra, pensó Liz, pero no se lo dijo a Theresa porque Theresa no lo entendería, Theresa piensa que Vlad es tonto porque nunca habla y nunca mira a nadie, pero la tonta es Theresa, porque no sabe que Vlad es todo piedra y polvo y adoquines, y lluvia, y mar. Vlad tiene algo mágico, y Liz lo sabe.




para JohnnyChains

Ouagadougou (Burkina Faso), 2112, Naranja fosforito, Cabeza de jabalí.

-¿colecciona, sabes? Libros, que debemos tener unos doscientos, y objetos de escritura antigua. Tiene una pluma larguísima, con un tintero de cristal. Tiene un papiro enrollado, que en teoría es egipcio de verdad, del Egipto antiguo, flipa. Tiene una máquina de escribir de mediados del siglo XX, que hace un ruido infame. Esa es su favorita
- ¿y donde lo guarda?
- eso es lo mejor de todo. Como el papel se estropea con la humedad de los aires acondicionados, hay que guardarlo en compartimentos herméticos, porque si no pueden salir hasta insectos.
- ¿insectos en el papel? ¿¿los insectos comen papel??
- sí, si te interesa el tema pregúntale a ella, puede hablar durante horas de libros, de papel, de bibliotecas antiguas… eso sí, puedes acabar odiando todo lo relacionado con eso. O chiflándote como ella. Dice que quiere ir a la única universidad, europea, como todo lo bonito pero inútil, que tiene un curso sobre tipografías antiguas.
- pero ¿no son iguales que las electrónicas?.
- que va, qué dices. Ni el diseñador más loco se inventa eso. Me ha enseñado algunas de la edad media en .ptv que flipas.
- ¿es eso que copiaban los monjes, no?
- sí, ese rollo. Yo creo que Kafú sería Feliz si viviera en un monasterio medieval en yoquesé, Alemania. Toda la vida rodeada de papeles y copiando con pluma.
- bueno tío, leer es bueno.
- pero eso es lo mejor, joder, que no lee, yo le bajo libros de la biblioshare municipal y no se los lee, tiene que tocarlos, tiene que estar impreso. Si no, no le gusta. Se agobia, dice.
- joder, pues se debe dejar una pasta
- ya te digo, como vicio es bien caro. Todos hay que importarlos de Europa central, que es el único sitio donde se autoabastecen de celulosa para seguir imprimiendo libros. Encima antiguamente había imprentas pero ahora como son ediciones para coleccionista los hacen uno a uno, con lo que son más caros aún. Encima los mandan en paquetes superherméticos en los que va protegidísimo el libro, y para que el servicio de compras y transporte los reconozca como frágiles van en un estuche de poliespán naranja fosforito, espantosos, de verdad, duelen a los ojos, y tenemos la casa llena, porque le da pena tirarlos.
- jajajaa, con la tontería tú estás hecho un experto
- ya, cuando digo que conocí a Kafú en la facultad de teleco la gente se descojona, parece que vivió hace tres siglos, o algo. Con decirte que en casa tenemos teléfono con pantalla táctil todavía…
- joder, ¿pero queda alguno?
- sí, pero catalogados como antigüedad, por lo que te clavan unos impuestos que flipas. Ya ves la gracia de la niña, podría darle por coleccionar tarjetas de sonido, pero no, hale, papel.
- joder, ¿y Kafú no está en ninguna sociedad de anticuarios, o algo?
- estuvo mucho tiempo, de hecho organizó un par de congresos panafricanos de arte antiguo, sólo por ver qué colecciones de libros traían, pero acabó harta de figuritas de porcelana, cabezas de jabalí y ese tipo de mierdas. Ahora los anticuarios la llaman a ella cuando quieren ver si traen alguna colección de algún sitio, con la tontería y sin estudiarlo oficialmente se ha convertido en una experta. Cada dos por tres hay conferencia en el salón con algún país de a tomar por culo.
- joder, pues vaya. ¿y no va a congresos ya?
- sí, de vez en cuando, como no es profesional tiene que ahorrar pasta para ir. Hace poco estuvo en casa una amiga suya que conoció en un congreso, Thiothixene, togolesa, que es igual que ella pero con las ilustraciones. Mira que no hay programas para pintar lo que te salga de los huevos, pues nada, esta tía tiene que pintar a mano. Flipas. Son amiguísimas, claro.
- joder, ¿y cómo consigue el material?
- pues pasándolas aún más putas que Kafú, la tía usa unas movidas que se llaman acuarelas, que sólo las hacen en Centroeuropa y en algunos sitios de Asia. El tema es que antes había en todas partes, pero tanto aquí, como en América como en Australia se sustituyeron las fábricas papeleras con la ley de protección climática después de la Inundación, y a tomar por culo todo lo que tenía que ver, y claro, los libros quieras que no se seguían usando, pero las pinturitas…
- joder, es que vaya frikada. Es como si tu mayor pasión es coleccionar dientes de hombres prehistóricos. Pues lo llevas jodido.
- ya ves. La thiothixene esta quería usar una movida que se llama óleos, que era como pintura grasosa, ¿la de los cuadros antiguos? Pues eso, pero es materialmente imposible de conseguir desde hace 30 años. La movida es que había mercado negro, y pagando pastizales se podían encontrar algunos del siglo pasado, antes de la ley, pero claro, con el tiempo se han ido secando, y aunque queden algunos ya no se pueden usar, porque se han desnaturalizado.
- joder qué putada, ¿no?
- pues no te creas, esta tía dice que le jode, pero que casi ha sido mejor porque ese tipo de arte se había convertido en algo muy muy turbio, y había que meterse en historias muy chungas para conseguir material… Kafú dice que teme que ella llegue a ver el momento en que comience a pasar eso con el papel.
- joder, vaya historias. Coño, esto ha cargado ya, vámonos.



para wtbe

LA HABANA, HACE UN TIEMPO, MUY NEGRA, UN BOTE DE POPER...

- No se preocupe Emerenciana, vamos a ayudarla.
Hay que joderse. En el mismo día te enteras de que te han concedido la rotación libre en la Habana y a finales de año te irás para pasar seis meses allí, como llevas toda la residencia peleando; y te toca un puro en la urgencia, como si fueras un R1. Esto no se le hace a un R4, joder.
- a ver Emerenciana, póngase de lado y relájese, que no le va a doler nada.
Ni puñetero caso. Si es que debe tener doscientos años, lo menos, y tiene tantas enfermedades que parece el señor Burns, ¿cómo pretenden que la mujer se acuerde de ir al baño?
El enfermero acerca el bote de vaselina.
- ¿no quieres hacerlo tú? Viene bien coger práctica
- Jajajaa, no cuela tío, toda tuya
Separa las flácidas nalgas y pringa de vaselina el ano.
- Tranquila Emerenciana, que va a notar algo frío.
La buena señora se revuelve y gimotea, el enfermero la sujeta de lado.
El dedo entra más o menos limpiamente y toca el fecaloma, es grande y está hondo, va a costar sacarlo. Mira al enfermero que le sonríe comprensivo.
Pelea hasta que empieza a darle calambres en el dedo, Emerenciana se acostumbra y se adormila, el enfermero suspira hastiado. De la próxima me traigo un bote de poper y me da igual lo que piensen los que lo vean, en este rato podría haber dado tres altas y estaria durmiendo en vez de con el dedo hundido en el culo de una vieja.

El fecaloma empieza asomar, negro profundo, y sale de golpe, haciendo un ruido extraño, Emerenciana se despierta y llora.
El auxiliar le coloca un pañal.
Se quita los guantes, y aunque tenga las manos limpias se las lava con el triple de esterilizante.
Hay cosas a las que no te acostumbras.



para cigarro puro

Cercanías del primer planeta extrasolar habitable por el ser humano, Año 5001, Verde, Mapa celeste del Universo conocido

- La cuestión es que hay siete capítulos más, llamados capítulos apócrifos, en los que el crustáceo se hace con el control del universo conocido y de parte del universo paralelo.
- ¿Y los hicieron los ubuntuitas?
- Esa es la cuestión. Se cree que sí, ya que en su momento eran la civilización más avanzada, además la primera civilización deslocalizada y asociada a un lenguaje de programación.
- Pero yo he oído que los ubuntuitas eran africanos.
- No, es que había unos africanos que hacían algo llamado ubuntu, pero no tiene nada que ver, simplemente los ubuntuitas cogieron el nombre.
-¿Y en esos capítulos apócrifos se desvelan las intrigas geopolíticas de la época? Tengo entendido que la cíclope de pelo morado es una representación en clave de los planes de los aliados en la segunda guerra mundial, utilizados para despistar al enemigo, que al despreciar a los cíclopes no prestaba atención al personaje.
- Eso no lo tengo demasiado claro, a mí me suena que futurama es algo posterior a la segunda guerra mundial, pero claro, es lo típico, según la base de datos que mires te dice una cosa u otra.
- Y como que no dan muchas ganas de indagar, después de la última ofensiva militar durante la discusión de un artículo de polémica nivel medio en la wikipedia 3.0, como para ponerse a discutir.
- Perdona, viene el jefe, ahora seguimos.

- Srta Europa, ¿se puede saber qué está haciendo? Ha habido cinco segundos sin comunicación alguna con la Hermelios VI
- Disculpe señor, enseguida se ha recuperado el contacto
- No estaría utilizando el sistema operativo de navegación para fines lúdicos, ¿no?
- N-no, claro que no, estaba consultando una duda a un cartografista especialista en sombras estelares, de verdad, puede preguntarle al profesor Inclitum, tenemos dudas con la superficie atmosférica de Estigia, no parece esférica.
- No quiero ni una sola estupidez más, o pasará sus próximos seis meses de servicio en la estación de la Antártida. Sin tonterías.
- Sí, señor.

Vaya pillada, suspira Europa. Una no se ha hecho experta en historia audiovisual antigua en sus ratos libres para nada. Con lo que cuesta follar en estos tiempos.
- La tierra llamando a Hermelios, ¿algún problema?
(pausa)
- No, perdona Europa, una cucaracha se escapó del vivero y hemos ido a ver si la cazábamos. Por lo demás sin incidencias.
Una cucaracha, tu puta madre, gruñe a transmisor cerrado.

- ¿Sigues ahí? (no jodas, piensa, hablar de los ubuntuitas nunca falla)
- Hola, perdona, estaba en el baño.
Gracias por los detalles, piensa.
- Tienes el escaneo apagado, sólo me llega texto, es raro.
- Estoy en el trabajo, puedo puentear el sistema de seguridad con texto utilizando un programa antiguo, pero la imagen no.
- No jodas tía, no será un programa ubuntuita, ¿¿no??
- Creo que es incluso anterior a los ubuntuitas. Durante un par de siglos hizo furor en los adolescentes. Ahora sirve para escaquearse del trabajo.
- Jajaja. ¿qué llevas puesto?
- ¿cómo?
- Sí, bueno, no te molesta que te lo pregunte, no? ¡es que no estoy acostumbrado a “leer” a la gente!
- Pues, el uniforme de la compañía, una especie de blusón verde con pantalón líquido.
- Odio los pantalones líquidos. Prefiero ir al baño como toda la vida.
Más detalles innecesarios.
- Hermelios llamando a tierra, ¿pasa algo si echamos insecticida debajo del cuadro de mandos?
- Oye, tengo que dejarte. ¿hablamos luego?
- Claro



para BossHog

7587 D.C.

Una estrella oculta de la Constelación de Ptolomeo
7587 D.C.
Una especie de cobalto oscuro con una longitud de onda no perceptible por la visión humana
Moldeador-Anulador de voluntad



- claaro, nada, ningún problema, yo me pongo a triangular a mano, si te parece bien, o mejor aún, saco la cabeza fuera y calculo a ojo por dónde hay que tirar. Muy lógico todo. Bienvenidos a la era neardenthal.

- Se dice neanderthal, gilipollas.

- Sí, porque tú lo digas, payasa.

El fisiobarniz de Tor está empezando a desconcharse, en el momento perfecto. Cortos de gluones y en hora punta, o pasa rozándoles otro transportador o van a quedarse con el navegador jodido varias horas. Y contactar con tierra ahora mismo debe ser materialmente imposible, las rebajas son las rebajas; no todos los días se accede a la universidad aristotélicohawkingiana aprobando sólo dos exámenes, y la mitad de los ptolomeicos se dirigen a probar suerte. Ptolometontos, piensa Tor.

- me cago en los nuevos planes de estudio, Sila, me cago en ellos. Yo tuve que hacer cosas bastante más complicadas para graduarme, y tú también.

- y ninguna comparada con aguantarte, deshecho lipídico.

- ¿qué coño te pasa, tienes la regla?

- La regla de higgins que te voy a meter por el culo, imbécil. Tengo el fisiobarniz hecho grumos, y me da que más allá no debe hacer precisamente calor. A ver qué coño hacemos si nos quedamos aquí atascados, y tú dispuesto a contarme por n^gúgol como brillantemente pasaste el test del espectrofotómetro analógico casero, que sí, que eres el más listo.

- También te dije que ese era el azul que deben tener tus ojos aunque no sea visible, ¿sabes? Podías acordarte de eso en vez de venirme con basura.

- Mira Tor, no me jodas, si tienes razón, pero igual podemos hablar de esto cuando lleguemos a la estación y buscar una solución ahora, ¿vale?

- No, si te pensarás que voy a sacar la cabeza de verdad a ver si pasa alguien cerca. Esta tía es gilipollas. Seguro que el color no visible de tus ojos es el que tiene la mierda de los gatos, no me digas más.

Sila salta al piso de abajo del transportador, y echa un ojo al indicador de energía. La manía de Tor de atajar por espacio no señalizado y apurar el consumo de gluones al máximo no son buena combinación. A veces se pregunta por qué no utiliza el anulador de voluntad que le regaló su padre. Oculto en el anillo subcutáneo sólo le da problemas al dar puñetazos en el gimnasio y al conducir. Pero no deja de saberle mal. El anulador de voluntad te da la felicidad instantánea, pero a la larga no trae nada bueno. En el fondo le hace ilusión dárselo a alguien sin usar. Alguna solución encontrarán, total, hay mucho listillo como Tor al que le da por atajar camino de la base, y podrán ir a rémora.
Sólo tiene que aguantar a Tor un rato más, y al volver a casa le querrá como siempre.

Ciertamente le da tiempo a girarse y ver a Tor detrás suyo, accionando algo oculto bajo uno de sus anillos subcutáneos.



para Shockabilly

Reus, época actual, negro y un molde de mi falo.

Dicen las viejas que no es bueno andarse entre peleas de mujeres, y es verdad.
Pero esta chica es diferente. Hace esculturas, con las manos y con el cuerpo, pretende abrir los ojos, encharcar los coños, izar los miembros y estremecer de placer alma y piel de quienes contemplan sus obras.
Se llama Altea y es casi albina, aunque todos la recuerdan morena.
Sobre la mesa del salón se despliega el maletín; adviertan que si irrumpiera un puritano en la casa no acertaría a ver nada de sexual en la arcilla, la cera y la escayola que convierten la casa en un taller. Pero todo lo que toca Altea es sexual, no debéis llevaros a engaño.

“el davi” está sentado en el sofá, los vaqueros enrollados en los tobillos, se acaricia mientras mira al ventilador del techo, con sopor.
Altea no ve muy factible que quede bien un molde desdeñoso, así que invoca la dureza de una fragua con la boca, el resultado es rápido, Altea nunca falla.

“el davi” mira embotado la rubia cabeza que repasa su miembro.
- voy a contarte una historia, dice con voz ronca
Altea se pregunta si habrá algún estudio que relacione inequívocamente erección, borrachera y charla infame.
- hace muchos años mi madre estaba embarazada de mí, y se tropezó con una negra
- ¿se tropezó?
- Sí, al bajar del autobús mi madre la empujó sin querer
- Ahá, masculla Altea
- Y la negra le dijo que le iba a hacer vudú
Altea levanta la ceja, y duda si seguir endureciendo la carne o empezar a ablandar la arcilla. Qué dialéctica es la vida de la escultora pornógrafa.
- le dijo que le iba a hacer vudú para que yo saliera negro y mi padre la abandonara
Oh, una lisérgica explicación a un cisma familiar. Las cenas en esta familia deben ser curiosas.
- pero la negra debía ser nueva, porque no le salió bien el vudú, ¿sabes?
- Ya, muy negro no pareces.
Decide volver a chupar. Esta arcilla es muy blanda y tiene un contacto grimoso. Hay que armarse de valor.
- ella quería que yo fuera entero negro, pero sólo se me hizo de negro la polla, ¿la ves?
La blande dentro de la boca de Altea, sujetándole la cabeza. Ella va a contestar mascullando, pero él la suelta, está borracho pero con Altea quiere ser cortés.
- no tienes la polla muy oscura
- pero es grande como la de un negro, verdad?
- Sí, claro que sí, es la más grande que he visto. Anda, relájate.
Altea sonríe de medio lado mientras empieza a hacer el molde. Hace calor y el ventilador no es suficiente.
- ¿sabes qué es lo peor? Que desde que conozco esa historia pienso en esa negra. A mí no me gustan las negras, no te vayas a creer, ni colocado, pero esa negra, esa negra me ha dado mi polla y yo querría enseñársela, y pienso en si me la cruzaré por la calle y la veré, seguro que tiene un culo grande y negro, y seguro que está contenta de haberme hecho vudú, ¿verdad Ana?
- Altea.
Altea termina el molde y le mira de soslayo, dudando si darle el teléfono de su amiga negra transformista, ahora que ya no va poniendo corsés a todo el mundo. Dubitativa decide grabarlo con un alfiler en el molde de escayola, bajo el pliegue del glande. Será la naturaleza quien les ponga en contacto, no ella.
Qué kitsch es la vida de la escultora pornógrafa.


para D.D. cura

Białystok, 1961, Azul Klein, Femur

http://eo.wikipedia.org/wiki/L._L._Zamenhof

Los polacos somos buenos resolviendo Enigmas, habría dicho Adam. Pero Adam estaba muerto, y Sofía, y Lidia. Qué sentido tienen los juegos de palabras cuando no puedes sacarlos a escena, y se pudren en un baúl. Un juego de palabras convertido en ceniza molesta en los ojos, no en donde se caza con retraso.

Sofía y Lidia querían hablar todos los idiomas del mundo, y Adam quería todos los juegos de palabras que hubieran existido y fueran a existir. Klara les contaba todas las leyendas que conocía para que las reconocieran allá donde su mente fuera siendo capaz de pensar. Les enseñó los idiomas que conocía, pero qué eran, comparado con.

Cada noche Klara suplicaba a su marido. Era un hombre vertebrado en coraje, de médula científica y determinación de loco. Hubiera podido reducir su universo a la esfera a la que se asomaba para ver el interior de las cabezas. Habría podido vivir entonces preguntando por picores, lagrimeo, visión borrosa. Pero el cuerpo termina mucho más allá del párpado, la pierna no es un fémur de gala, la ciencia no son cráneos apilados, la vida sigue mucho más allá de la consulta; sólo los sueños de sus hijos llegan tan lejos que vuelven minúsculos los suyos.

Puedes negarle a tu hija la menor un vestido, sus muñecas, la cena. Pero no el saber pensar en otro idioma y construir su pensamiento en otro mundo.

Klara se retorcía, no es para esto para lo que yo engendré, mascullaba tras dormirse; algo haremos, murmuraba en la vigilia.

Y las tornas cambian cuando se deciden a cambiar las tornas. Giran el tablero, juego nuevo.

No hablaréis todos los idiomas. Pero hablaréis con el pensamiento de todos.

Adam se recluye en el desván invocando el espíritu de Carroll, hay líneas dibujadas en el aire que ningún ojo, humano o no, es capaz de vislumbrar. Los números las encuentran y a veces nuestras palabras se pliegan alrededor. Adam vive transfigurado, con un cazamariposas tras la frente, dispuesto a encontrar la Realidad en lo notancasualmente absurdo.

Klara, Sofía y Lidia se convierten en el halo de un quinqué, recogiendo toda historia que se haya vomitado en tinta. En sus tres cabezas, tres, logra acumularse todo lo que alguna vez haya sentido el hombre.

Él cifra, y cifra, convirtiendo tinteros en mapas de un mundo atemporal que se perpetúe en vez de ser conquistado.

En los albores del siglo eclosiona la amorfa criatura. El llanto universal que de tan absoluto resulta blasfemo.

Pero ha pasado mucho tiempo desde entonces.

Él está muerto, Adam está muerto, Sofía y Lidia están muertas, Klara les siguió hace tiempo.

Una vez cada trillones las moléculas aciertan a ordenarse en un organismo, y al borde de la redundancia cíclica, saltan una dimensión. La reina de las nieves se revuelve, se han vuelto a abrir las puertas de la eternidad.

Pero la muerte se llevó a todos y la llave se ha quedado muda, a la intemperie. Saben que está ahí, pero no entienden qué abre.

A un galope de toro de allí, de toro de los de antes, se ha entreabierto otra puerta a que en un cráneo se despliegue una cuerda más, retorciendo la realidad.
Quien se deje desvanecer en lo hondo del azul klein comenzará a deshacerse en dirección a algo nuevo.

Pero no vale cualquiera. Hace falta una celosía especial en la retina, que encaje con el azul refulgente.

Quizá él hubiera podido dar con el ojo adecuado. Pero tenía una sola vida para las dos puertas, y ni siquiera le llegó para una.



para Gama Cásh

Charleston (Carolina del Sur), 1859, color caoba, el Great Eastern

Era una judía de las buenas, ¿sabes? Ojos aviesos, boca grande y qué decir de su nariz. Se había escapado de casa de sus padres y se había venido a este barrio. De eso hacía ya muchos años, pero antes de la guerra ella seguía pensando que era joven y fresca, chico, a veces en este trabajo eso es lo mejor.
Ese invierno Charlie ya nos había prohibido hablar de política, y teníamos orden de no preguntar y no oír. Pero ya sabes que las judías son unas bocazas y al final siempre se hablaba de lo mismo, se rompían botellas y ella gritaba algo de la diáspora y que sólo los judíos han sido esclavos. O a lo mejor no decía eso, ¿sabes? Pero lo que sí es cierto es que tenía una bocaza bien grande, y no le rompieron tantos dientes como merecía. Al menos yo sólo le rompí dos. No es que me cayera mal, soy muy tranquila con estas cosas, pero cuando charlie dice que no hay que hablar de política es que no hay que hablar de política, y bien lo sé. Por alguna razón, tú que vas a la universidad lo sabrás algún día, cuando los hombres os encrespáis hablando de política acabáis pagándolo con el culo de la primera fulana que encontráis, que suele ser vuestra mujer, pero a veces nos toca a las demás.
Ella se emborrachaba, hablaba de la unión y a la mierda los esclavistas o al revés, según a quien tuviera que cabrear, y zás, como ella era de cadera estrecha las que teníamos que ponernos en pompa éramos nosotras, y ¿sabes? no es agradable descubrir que hasta el great eastern con todos sus tripulantes puede entrarte por el culo.
Pero charlie era un gilipollas, como todos los chulos, y estaba colgado de ella y la dejaba hacer y deshacer. Pobre imbécil.
Igual debería darme pena, pero no me la da. Charlie era simpático pero un hijodeputa y merecía lo que tuvo, igual que ella. A lo mejor pude quedarme a apagar el fuego, pero cuando la vimos caer sobre el brasero mientras le ardía la falda, Margaretha y yo corrimos tanto como pudimos. El pobre diablo se quedó dentro mientras ella corría por el salón, convertida en una tea.
Aún me acuerdo del olor de la madera ardiendo, ¿sabes? Fue lo mejor que le pasó a ese antro.



para Daddy Cool

kingston, 70's, cabaña, negro

Dicen los viejos que sólo han pasado cien años. Yo soy más viejo y creo que ha pasado más. Pero siempre he tendido a exagerar. A estas alturas queda poco que hacer. Pisar cucarachas entre las piedras, pasear por el agua mientras el calor asfixia a los peces. Mirar hacia la ciénaga. Paladear que aunque todo indique que no, él sigue ahí.
Tuve miedo de tener hijos, y me castigaron con tres hijas, para tener miedo por mis nietos. Pero ellos han crecido sin olor a los muertos de port royal. Han creado sus propios cánticos. Si han odiado ha sido por aburrimiento. Quizás a ellos no pueda hacerles daño.
Un día les pediré que me ayuden a hacer una balsa nueva, como las viejas. Nos adentraremos en la ciénaga, mientras el aire se vuelve sólido y la piel líquida. No llevaremos nada con nosotros, pero ellos seguirán teniendo sus radios, su ropa brillante, su mundo.
Cuando lleguemos a la cabaña yo tendré fiebre en las tripas y frío en los huesos. Él estará ahí, sentado en la oscuridad, con sus ojos relucientes en mitad del cuero ajado que fue su piel. Pero mis nietos sólo verán un ser inverosímil. Reirán limpiamente. Son de otra madera.
Se arrastrará hacia nosotros y tratará de morderles, como mordió a todos. A todos menos a mí.
Pero ellos le apartarán de un manotazo, mientras me preguntan impacientes cuando podemos volver. El polvo de la cabaña y el hedor de la ciénaga sólo irritará sus narices, no minará sus futuros.
La sangre del viejo ya no fermentará en sus venas. Y si lo hiciera, cuando ellos volvieran los cánticos les harían retornar a este mundo. Porque los han hecho fuertes. Ya no son letanías que susurrar a oscuras por temor a los seres de la ciénaga. Ya no son oraciones al día y la noche para que lleguen y no se perpetúe el crepúsculo. El llanto del terror se ha ido transformando en himnos.
Mis nietos son jóvenes, y nosotros nunca lo fuimos.
No existe el vampiro que pueda con eso.
Nada se mueve en la ciénaga. La cabaña se vislumbra entre las sombras, sólo si sabes donde mirar.
O le ha matado lo que nunca le inflingimos, el miedo, o es que no tiene ninguno.
Yo sí lo tengo. Crecí en otro tiempo.




para Perro Lobo

madrid, siglo xvi, botella, rojo

Cierra los ojos y tapona con estopa sus oídos. Nada sirve. Trepa hacia el ventanuco a ras de calle, el ruido de los carros le ensordece. Nada sirve. Duerma o viva, el crujir de las cuadernas le atormenta, y el color indescriptible de aquel cielo estremece sus sentidos y cercena su hombría.

Ha visto morir dos reyes y algunas mulas. Ha visto en los charcos un rostro cambiante, cada vez más ajado, cada vez más parecido a aquel color.

Huyó del mar cuanto pudo, pero el vaivén sobre el empedrado le recuerda de donde viene. No puede olvidar.

Lleva tanto tiempo recluído en el sótano que apenas las putas se acuerdan de él. Soterrado en vida, lame los líquenes de piel y paredes y con Cuidado cultiva el desdén a olores.

Pronto vendrán por una nueva remesa. Le pagarán como siempre, cuatro reales en comida, tres botellas de vino, dos barriles de agua, otro saco de cal.
Empolvará al nuevo mientras empieza a pudrirse, y derribará un barril sobre él. Mientras los vapores de la cal viva le abrasen los ojos renqueará hacia un rincón, regará su garganta, mirará al ventanuco botella al través. La luz mortecina que atraviese el camino reconstruirá intacto aquel cielo estival.

El gris indescriptible de la tormenta, el rojo del cielo que se abre, las llamas del infierno no temido, el gris del agua más allá de la noche, el rojo del pavor en aquellos ojos. Verla alejarse entre alaridos en el monstruo en que se ha convertido el agua. Sobrevivir al infierno, y que éste te salude desde el revés de tu mirada.

Lo recuerda a cada noche, a cada instante. Pero sigue mirándola a ella en ese rojo, y nunca se atreve a lanzarse a la cal.


para Capitán Destructo