Manosea
la esquela que pronto se deshará en copos de tinta y celulosa
volviéndose ilegible. Paquito paquítez paquino, desaparecido hace
20 años, le damos oficialmente por muerto, ahora sí son ustedes
viuda y huérfanos, como los jueces somos así, lo anunciamos en los
periódicos. Le fascinan las esquelas, pero estas son insuperables. Como suele tardar en encontrar una nueva no debería gastarla,
pero ha terminado el café y le queda tiempo para salir del bar. No
debería haber pagado al principio y tendría algo que hacer ahora.
Vuelve a leerla pensado en los veinte años atroces de unos
desconocidos. No debería ser tan morbosa. No debería, no deber Ía,
nodé vería. Resguarda la esquela insólita de sus propias manos y
mira al tendido con aburrimiento. Cuando le sobra tiempo le sobran vísceras. Node ever Ian.
Un tipo
ha entrado al bar, cansado. Se ha sentado en la barra y la luz le
recorre sin saber muy bien qué hacer. Tiene el aspecto de no haber
sido nunca guapo pero haberlo parecido siempre. Ahora el pelo es gris
y los rizos le acercan más a las estatuas que a los pósters. Aún es
de esa gente que puede permitirse la chaqueta de cuero y los vaqueros
negros, capaz de sostener un cliché sin parecer imbécil. Esa gente
con pátina digna, hagan lo que hagan, que a veces se hace frágil y
parece ir a resquebrajarse, dejándoles en crudo. La luz del halógeno
sigue vacilando entre mostrar a un tipo sucio o a un tipo elegante, a
un melancólico o un narcisista ajado. Pide un whisky solo, sin
hielo.
La
certeza rebota desde la barra hasta la mesa y la inunda. Nada parece,
todo es. De pronto uno se inflama en convicción y la materia gira
más tranquila. Certeza para saber cuál es la taza hecha de cal viva
y poder beber tranquila el resto de la vida. Certeza para saber cuál
es la baldosa del suelo que se va a partir al pisarla, hundiéndote en una sima. La serenidad absoluta cristalizada
en el cráneo. Pero no la usa para deflagrar sistemas sino que
anda a zancadas hasta la barra.
-
¿cuánto?
- ¿cómo?
- que
cuánto llevas limpio
Él se
estremece aunque su ropa sigue quieta. Su hijo era pequeño, lo
importante parecía aquel trabajo y lo aún más importante no
divorciarse, aunque su hijo ahora pareciera otro, el divorcio al
final fuera un alivio y a aquel trabajo sucedieran otros, igual de
vacíos. Parecían decádas.
- siete
años, ocho meses y catorce días
- no lo
hagas
Él casca
una risa entre los dientes aunque se oye un resoplido. Centauro
envejeciendo a mulo. La luz está a punto de mostrarle para siempre
como un cretino, deslustrado y ridículo. Pero aún le concede unos
segundos.
- tengo
algo mejor si no lo haces
El tipo
se gira un poco, y algo de curiosidad de fósforo prende bajo el hastío. Ella se
acerca más y en un solo movimiento le sujeta la cara y engarza las dos bocas. La boca del otro siempre está fría, piensa. Nadie les está mirando y no se miran.
Sólo siente el frío en el otro y su cara escaldándose. Baja
las manos y va arqueando el cuerpo hacia
atrás; se sueltan a la vez. Vuelve a la mesa, coge el bolso y sale
a la calle donde llovizna de lado. Él endereza la cabeza en
silencio, como una esfinge entumecida.
Al cabo
de un rato anda aturdido hacia la puerta, enciende un cigarro bajo
el dintel e intenta fumarlo bajo la lluvia mientras anda sin mucho
rumbo.
La luz
ilumina el taburete vacío, el vaso lleno, el billete de diez que se
sostiene de canto contra el vaso y tiembla con la corriente cuando se
abre la puerta del bar.