martes, 13 de mayo de 2014

Halógeno


Manosea la esquela que pronto se deshará en copos de tinta y celulosa volviéndose ilegible. Paquito paquítez paquino, desaparecido hace 20 años, le damos oficialmente por muerto, ahora sí son ustedes viuda y huérfanos, como los jueces somos así, lo anunciamos en los periódicos. Le fascinan las esquelas, pero estas son insuperables. Como suele tardar en encontrar una nueva no debería gastarla, pero ha terminado el café y le queda tiempo para salir del bar. No debería haber pagado al principio y tendría algo que hacer ahora. Vuelve a leerla pensado en los veinte años atroces de unos desconocidos. No debería ser tan morbosa. No debería, no deber Ía, nodé vería. Resguarda la esquela insólita de sus propias manos y mira al tendido con aburrimiento. Cuando le sobra tiempo le sobran vísceras. Node ever Ian.

Un tipo ha entrado al bar, cansado. Se ha sentado en la barra y la luz le recorre sin saber muy bien qué hacer. Tiene el aspecto de no haber sido nunca guapo pero haberlo parecido siempre. Ahora el pelo es gris y los rizos le acercan más a las estatuas que a los pósters. Aún es de esa gente que puede permitirse la chaqueta de cuero y los vaqueros negros, capaz de sostener un cliché sin parecer imbécil. Esa gente con pátina digna, hagan lo que hagan, que a veces se hace frágil y parece ir a resquebrajarse, dejándoles en crudo. La luz del halógeno sigue vacilando entre mostrar a un tipo sucio o a un tipo elegante, a un melancólico o un narcisista ajado. Pide un whisky solo, sin hielo.

La certeza rebota desde la barra hasta la mesa y la inunda. Nada parece, todo es. De pronto uno se inflama en convicción y la materia gira más tranquila. Certeza para saber cuál es la taza hecha de cal viva y poder beber tranquila el resto de la vida. Certeza para saber cuál es la baldosa del suelo que se va a partir al pisarla, hundiéndote en una sima. La serenidad absoluta cristalizada en el cráneo. Pero no la usa para deflagrar sistemas sino que anda a zancadas hasta la barra.

- ¿cuánto?
- ¿cómo?
- que cuánto llevas limpio

Él se estremece aunque su ropa sigue quieta. Su hijo era pequeño, lo importante parecía aquel trabajo y lo aún más importante no divorciarse, aunque su hijo ahora pareciera otro, el divorcio al final fuera un alivio y a aquel trabajo sucedieran otros, igual de vacíos. Parecían decádas.

- siete años, ocho meses y catorce días
- no lo hagas

Él casca una risa entre los dientes aunque se oye un resoplido. Centauro envejeciendo a mulo. La luz está a punto de mostrarle para siempre como un cretino, deslustrado y ridículo. Pero aún le concede unos segundos.

- tengo algo mejor si no lo haces

El tipo se gira un poco, y algo de curiosidad de fósforo prende bajo el hastío. Ella se acerca más y en un solo movimiento le sujeta la cara y engarza las dos bocas. La boca del otro siempre está fría, piensa. Nadie les está mirando y no se miran. Sólo siente el frío en el otro y su cara escaldándose. Baja las manos y va arqueando el cuerpo hacia atrás; se sueltan a la vez. Vuelve a la mesa, coge el bolso y sale a la calle donde llovizna de lado. Él endereza la cabeza en silencio, como una esfinge entumecida.

Al cabo de un rato anda aturdido hacia la puerta, enciende un cigarro bajo el dintel e intenta fumarlo bajo la lluvia mientras anda sin mucho rumbo.

La luz ilumina el taburete vacío, el vaso lleno, el billete de diez que se sostiene de canto contra el vaso y tiembla con la corriente cuando se abre la puerta del bar.