domingo, 3 de enero de 2016

08:10:01

La menor de las Zada se queda despierta cuando Shere sale de casa camino del trabajo, el domingo por la mañana. Al entrar al metro sólo hay un par de personas en viaje de ida. En el vagón del primer trayecto hay tres o cuatro borrachos que no parecen conocerse entre ellos y duermen sin molestar. Shere atraviesa la estación en la que transborda, con los pasillos vacíos, llenos de luz, con el suelo pulido, los fluorescentes firmes y las paredes limpias. A otras horas u otros días hervirá de gente, pero en su franja nadie hace su mismo recorrido y camina sola. Como casi siempre, al comenzar el pasillo más largo oye unos graznidos en el otro extremo. Pulsa el símbolo del micrófono para grabar el sonido ambiente y mandarselo a Donia. Donia desde la cama envía un icono resignado. El pasillo es largo, muy largo, y aún no se les ve. Tras ella no viene nadie y no hay ni un solo interfono hasta que llegue al andén al que va. Aunque tampoco lo cogería nadie, supone siempre. Aparecen. Son cinco, de edad indefinida, unos veintialgo, diría, y andan tambaleándose, gritándose y riéndose. Le manda el segundo audio a Donia. Ojalá pudiera uno hacerse invisible, escribe ella. Pero a lo mejor son de los que no hacen nada, hay muchos que no hacen nada, pone. Casi nunca hacen nada. Mantiene el móvil como tecleando pero les hace una foto. Se la manda a Donia pero los datos tiemblan y no termina de enviarse. La ven. Se acercan a ella vociferando. Shere se escabulle hacia la pared, pero la rodean, muy ágiles para lo borrachos que parecen. Shere grita pero se la oye menos que a ellos. Vente con nosotros de fiesta, dicen. Uno le pasa la mano por los hombros, vente que vamos a mi casa. Shere se intenta zafar, con la mano aferrada al móvil, sin saber si se está enviando el audio o no. Que tengo que ir a trabajar, chilla. La sueltan de golpe. Ah tía, haberlo dicho. Se olvidan de ella en cuanto sale de su campo visual. Baja a su andén. Hay 32 mensajes de Donia sin leer. Estoy bien, dice Shere. Donia dice que ha intentado llamar a la estación pero nadie coge ese número. Ojalá se caigan por una escalera y se hagan una lesión medular, escribe Donia. Lo dicen a menudo. Shere entra al vagón y escribe mira, hoy en el combate pokemon proletariado gana a patriarcado. Se ríe mientras va dejando de temblar. Podría acabar de una vez, dice Donia. ¿Cuál? Cualquiera. Piensa en cómo olían, en sus caras, en si se acordarán de ella y si lo hacen qué contarán. Conocimos en el metro a una tía que estuvo a punto de venirse con nosotros tío, perfecta para Salva, tío, anda que no habría estado bien, pero estuvo que si sí que sí no y al final se fue a trabajar, la muy puta, tío. Podría acabar el patriarcado, piensa Shere, pero que acabe mañana. Hoy prefiero cinco lesiones medulares. A la vez, contra un escalón. No es tanto pedir. Solo un día más, mañana el patriarcado fuera. Detrás de la cabeza de Shere, en el cristal, hay a medio arrancar una pegatina de un centro social autogestionado. Por la abolición del trabajo asalariado, pone. Ya casi no se lee.

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