En el mediodía de Atacama la luz es negra y la sombra es blanca.
La boca es la calcinada y los dientes son de pulpa oscura, blanda y caliente.
Podría ser un trozo cualquiera del espacio.
Pero es el único en el que puedes tumbarte y dejarte escaldar.
En su viaje de novios Escolopendra y Zerkalo viajaron a Atacama, se tendieron en el suelo y se dejaron abrasar. Al levantarse doloridos el humo que dejaron sus cuerpos había recorrido pársecs. Sus vísceras ya no latían a oscuras sino traslúcidas uno del otro. Cuando volvieron a su ciudad los otros seres-con-fauces no notaron nada distinto. Ellos sin embargo ya no estaban. Hasta su funeral fueron los mismos, una y otra vez; del mismo modo que las otras fauces al reír y al temer siempre eran las mismas. En algún monasterio oculto en la Indeterminación, unos monjes les copiaron cada noche a la luz de un candil. Su verdadero ser siguió yaciendo en aquel suelo seco, convertidos los dos en respuesta de esfinge.
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