domingo, 28 de diciembre de 2008

Finlandia, S.XII, plateado, barco

Un drakkar fue lo primero que aprendió a dibujar en la ceniza que salía de la lumbre, aunque nunca habia visto uno, ni lo vería. Su bisabuela Ola, que ya apenas sacaba las manos de entre las mantas de su rincón le había hablado de ellos en su oscura y resquebrajada lengua, tan temblorosa que la propia Sif dudaba de si sería capaz de reconocerla en una voz que no fuera de animal moribundo.
Y un drakkar es lo que veía en el horizonte sobre la nieve si guiñaba los ojos, el drakkar que ella se imaginaba cada día, donde viniera el mismo Odín a salvarlas, a Ola apergaminada entre sus mantas y a ella con sus horquillas convertidas en arcos y flechas en miniatura, en los que sólo cabían sus dedos.

La bisabuela Ola había dejado de salir de casa cuando los soldados entraron calmadamente a saquear granjas y altares, robándoles los dioses y los recuerdos. La bisabuela Ola vino huida de una guerra que asoló su tierra y desmembró a sus gentes, y la simple imagen de soldados avanzando a zancadas entre los cerdos bastó para encerrarla para siempre en su rincón, renegando de esta tierra de donde venían sus dos maridos muertos en sendos inviernos, y del marido de su hija, que murió ahogado en su propio vómito, y del marido de su nieta, convenientemente emborrachado cada noche hasta seguir el camino de su suegro.

Sif sólo acepta hablar en la lengua de la bisabuela Ola, y con algo de esfuerzo ha logrado dejar de comprender los gritos de todos los que no sean ella, a fuerza de desaprender lo que aprendió sin darse cuenta. En esa lengua las dos invocan cada noche al viejo Odín, que las rescate del tiempo que todo destroza, que ha traído a los cristianos a las tierras del norte, que ha traído inviernos cada vez menos fríos, guerreros cada vez menos fieros, le rezan para que el tiempo dé la vuelta y Ola pueda volver a su pueblo natal a luchar con aceite hirviendo y flechas de fuego.

Sólo Sif sabe que la bisabuela Ola esconde desde hace años bajo su falda una punta de flecha de plata que su madre le hizo guardar antes del saqueo que la hizo huir. Fúndela cuando sea preciso y al caer en gotas formará las runas que te dirán qué has de hacer para convertirte en la valkiria que has de ser, pequeña Ola, y huye hacia el este, siempre hacia el este. Y recuerda allá donde vayas que no somos hijas de la sucia y sumisa Frigg. Pero nunca se atrevió a fundirla porque las huellas hacia el este de sus antepasados ya habían sido borradas por nieve y hierba del sur, y nunca conoció guerrero alguno que mereciera el valhalla. Guardó esperanzas mientras su piel se arrugaba y ajaba, pero supo que había perdido la guerra por desgaste y sin batallas del olvido y el tiempo, cuando los cristianos llenaron su tierra de adopción de la mediocridad que siempre merecieron sus nativos.

Pronto el invierno se la llevaría aunque nadie regara su pelo con agua mientras dormía para que el frío le royera los huesos como hizo ella con sus maridos, y ese día la pequeña Sif se quedaría la punta de flecha de plata, para fundirla y leer sobre la tierra el que debió ser su camino.

Sólo el mismo Odín, si sigue ahí, sabrá guiarla a un tiempo de guerras salvajes donde la valkiria que ambas escondieron pueda surgir de entre sus cenizas.



Para NEME

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