viernes, 3 de octubre de 2008

Inciso (con(t·f)usa).

De mis dos hijas la mediana se llama Disentería, es por eso que en los pueblos la miran con terror. Su madre se llamaba Hernia, murió hacia los 9 años, aquejada de espondilitis viridificante, a puntito de hacer clack como un cristal, porque se le estaban convirtiendo las vértebras en esmeraldas. Lo cierto es que fue complejo evitar el saqueo de la tumba, de modo que acabamos trasladándola a la sala de estar, la leñera era un constante ir y venir de desenterradores aficionados.
La cuestión es que Disentería debió ser concebida por algún necrófilo que le cogió gusto a los ojos de Hernia, y es que ni en los libros más antiguos se entiende qué le hacen los jugos de embalsamar a las células, así que algo agarró ahí, donde su ojo, y empezó a crecer; los gatos no dejaban de chillar mientras se le iba resquebrajando el cráneo para dejar sitio, que yo no entiendo por qué sonó tanto tiempo, que tampoco hay tanto caráneo para hacer añicos, digo yo.

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