miércoles, 3 de agosto de 2016

Depilación


Se conocieron en un bar (o una feria de ganado, un desembarco de galeones, el final de la cosecha). Se enamoraron al instante y él, todo púlsar, propuso ir a su casa (o a un establo, a un callejón del puerto, a una era). Ella negó con la cabeza, bregando contra todas sus cadenas. “No estoy depilada”, dijo, “hoy no puede ser”. Ambos partían al día siguiente (a la vuelta de sus erasmus, a genocidar continentes, a la guerra contra los bárbaros). “No me importa, te lo juro” dijo él. Lo creía. “Sí te importará y además me importa a mí” contestó ella, “mis cadenas están dentro del cráneo y miden su tiempo en Tierras”. “Te juro que no me importa, déjame demostrártelo”. “No. No puede ser”. “Qué puedo hacer para convencerte”. Ella rió mientras se daba la vuelta, “abole el patriarcado”. Él se fue del bar a lomos de un caballo blanco con toda su hombría decidida a matar al dragón-nombre-del-padre, que le daba de comer, de pensar y desear. Recorrió discursos y naciones hasta entender que patriarcado vertebra a todos y no se le derrota a lomos de un caballo. Se volvió antiespecista. Deconstruyó su género y sus pulsiones y se arrodilló ante sororidades renegando de su estirpe. Comprendió el consentimiento y se arrancó un diente por cada vez que lo segó. Deambuló durante años desdentado, sin recordar el origen de su misión. Pasaron años y volvieron a encontrarse. Por puro azar, pues no encontró el camino de vuelta a la torre. Se había disuelto, como se habían derretido las constelaciones que le guiaron. No podía, quería o sabía ser el caballero que matara a un lagarto demonizado; había erradicado el recuerdo de cada padre y no tenía anhelo alguno de imponer su deseo a una igual. Se miraron frente a frente. Para él ella ya no era su materia oscura, su mochila parlante de Fedro, su Edward Mordake, su bloque socialista cebando sus propios derechos sociales. Ahora de verdad no importaba el pelo de nadie salvo el que sirviera de mecha de los molo-tónic-ov. Pero reparó a la vez que nosotros en que se había perdido lo interesante. Mientras rastreábamos bostas de caballo blanco a la zaga del enésimo héroe ella había puesto a girar los eslabones internos que la sujetaban y había transformado la física de los lenguajes. Sin moverse, o quizá sí (nos lo hemos perdido) había vuelto y era naciones. Mientras los demás iniciaban la deconstrucción que en diez generaciones acabaría con el patriarcado ella lo había deflagrado y defecado sobre sus cenizas. En aquel segundo bar (o cadalso, o trinchera, o sesión de investidura) caminó sobre los restos del pazguato sin recordar aquella tarde. Áltera, como sólo podemos verla los esclavos. Demasiado lejana como para seguirla. Indistinguible de un fenómeno atmosférico.