jueves, 27 de marzo de 2014

Aquel locutorio estival


Van a dibujar tu piel en un papel y recortarlo muchas veces. Al desplegarlo harán una cadeneta de cosas que son tú. Podrían hacerla contigo, sin usar dibujos, pero se mojaría de sangre y de tiempo, porque sólo duraría un segundo, y después sólo quedarían dolor y vacío. Y ya hay suficiente dolor y vacío. La piel te la dibujarán lisa, como antes de estirarse y abombarse para contenerte. Cuando tu piel y tu cerebro eran lo mismo. Antes de desgajarse en estratos cutáneos y árbol de nervios. Si pueden, y podrán, te atravesarán la nuca con un alambre rígido y después tirarán hacia atrás para sacarte la médula y con ella, arrastrando, todos los nervios enramados, más y más finos cada vez. Al principio sólo aparecerá la médula entre las cervicales, gruesa y combada, negándose a salir. Como una serpiente apresada por mitad de su columna, rehusando ser expuesta. De tanto tirar no tendrá más remedio que asomar, con su aura de bifurcaciones irguiéndose como una cobra emperatriz el día de su coronación. Pero no será una serpiente sino tu médula. Engullida por todo lo que no es tú. Sostenida por otras cadenas, otras columnas, otros andamios, a cielo abierto. Verás entonces algo que se te hará extraño. Como si hubiera algo detrás de las palabras. Como si estuvieran atadas a más cosas. Todos los objetos perderán su función, serán simples palabras suspendidas por cadenas de otras palabras que nadie va a decir. Y no importará nada porque podrás ver todas las hileras, donde está explicado todo. El santo y seña para que las esfinges descansen, la reivindicación de las moléculas, el fraguado del bien y el mal.

Y entonces te preguntarás qué son ellos para ser capaces de haberte hecho esto y si quedará alguna forma de hablar para preguntarles.