Van a dibujar tu piel en un papel y
recortarlo muchas veces. Al desplegarlo harán una cadeneta de cosas
que son tú. Podrían hacerla contigo, sin usar dibujos, pero se
mojaría de sangre y de tiempo, porque sólo duraría un segundo, y
después sólo quedarían dolor y vacío. Y ya hay suficiente dolor y
vacío. La piel te la dibujarán lisa, como antes de estirarse y
abombarse para contenerte. Cuando tu piel y tu cerebro eran lo mismo.
Antes de desgajarse en estratos cutáneos y árbol de nervios. Si
pueden, y podrán, te atravesarán la nuca con un alambre rígido y
después tirarán hacia atrás para sacarte la médula y con ella,
arrastrando, todos los nervios enramados, más y más finos cada vez.
Al principio sólo aparecerá la médula entre las cervicales, gruesa
y combada, negándose a salir. Como una serpiente apresada por mitad
de su columna, rehusando ser expuesta. De tanto tirar no tendrá más
remedio que asomar, con su aura de bifurcaciones irguiéndose como
una cobra emperatriz el día de su coronación. Pero no será una
serpiente sino tu médula. Engullida por todo lo que no es tú.
Sostenida por otras cadenas, otras columnas, otros andamios, a cielo
abierto. Verás entonces algo que se te hará extraño. Como si
hubiera algo detrás de las palabras. Como si estuvieran atadas a más
cosas. Todos los objetos perderán su función, serán simples
palabras suspendidas por cadenas de otras palabras que nadie va a
decir. Y no importará nada porque podrás ver todas las hileras,
donde está explicado todo. El santo y seña para que las esfinges
descansen, la reivindicación de las moléculas, el fraguado del bien
y el mal.
Y entonces te preguntarás qué son
ellos para ser capaces de haberte hecho esto y si quedará alguna
forma de hablar para preguntarles.