lunes, 10 de noviembre de 2008

Inciso terapéutico

Por todas aquellas veces que él había olido a bacalao, el niño sinnombre esta vez podría salir recubierto de escamas. Y cuando la tía Araceli desparramara en la cocina sus enseres y le sacara al crío de las entrañas podrían dejarlo colgando del techo, como una bola de discoteca, balanceándose con la corriente de la tarde.
A las malas se le escaparía a la tía Araceli como se le escapó el niño Juan, y mírale ahora, con su gorra de la selección, saltando entre las piedras de la orilla, pena que en los embalses nunca se ahogue nadie, ni se pueda uno morir a los nueve años de estar gordo por sólo comer mortadela.
Pena que el padre no se muera de pena de tener un hijo hecho de chopped con gorra de la selección y otro en camino, pasto de la tía Araceli para que encima no venga con escamas; pena que este embalse no sea otro sitio, pena que no sea el mar negro y ella no sea la técnico de limpieza de espada de un húsar. Está claro que si a cualquier húsar le pasa una un tarro de miel, éste le retorcerá la cabeza hasta abrirle la garganta al cielo y se lo volcará para que piense que se ahoga, se ahoga sin remedio, y que sienta al resbalar lenta la miel que cuando se desplome en el suelo le entrará una marabunta de hormigas en los pulmones, mientras el húsar se va paseando, pensando en cómo abrillantarse las botas.
Mira al marido roncando el calor de la tarde en el embalse infecto, sólo se despertará si ella intenta acerarse a apurar el último trago de cerveza que ha dejado, ella en cambio puede comerse la miel, de lo más adecuada en las primeras semanas, y si no mira lo buen mozo que ha salido el niño Juan; y si fuera yo un húsar, piensa, y si le atascara yo a él los pulmones, y si tiñera yo el embalse de negro, llenándolo de sus tripas y de todo lo que sobra de las mías.